10/08/2014, Robert Bechert, CIT (Comité por una Internacional de los Trabajadores). Original en inglés publicado en www.socialistworld.net el 19/07/2014.
Antes de 1914, la Segunda Internacional, que agrupaba a organizaciones socialistas y de los trabajadores a través de Europa, decidió actuar para evitar la guerra. Sin embargo, una vez que la guerra fue declarada, casi todos estos partidos respaldaron a los capitalistas de su país. Esta fue una traición del movimiento de los trabajadores de verdaderas proporciones históricas y con consecuencias trascendentales.
La Primera Guerra Mundial fue al mismo tiempo pronosticada y una sorpresa. Pronosticada porque las crecientes carreras armamentísticas entre los mayores, y algunos de los menores, poderes imperialistas significaron que durante muchos años antes de 1914 se viera como inevitable que estallara un conflicto tarde o temprano. Una sorpresa porque inicialmente los asesinatos de Sarajevo no parecieron a muchos una amenaza de guerra en Europea, algo que cambió en solamente unas semanas. Pero la mayor conmoción para los socialistas fue que la mayoría de las direcciones de las organizaciones socialistas y de trabajadores apoyaron a su "propia" clases dominantes en este cruento conflicto.
En los años anteriores a 1914 el incremento de la amenaza de guerra era un asunto constantemente discutido dentro de las entonces crecientes organizaciones de masas de los trabajadores y socialistas. Las campañas contra el militarismo, el presupuesto gastado en armas y la amenaza de la guerra eran eventos regulares en la actividad socialista anterior a 1914, que algunas veces tuvo como consecuencia detenciones y penas de prisión. El capitalismo y la guerra se veían como dos cosas inevitablemente ligadas. Había discusiones muy amplias sobre qué se podía hacer para detener la guerra tanto en partidos de ámbito nacional como dentro de la Internacional, posteriormente conocida como la Segunda Internacional, la organización que vinculaba a organizaciones socialistas y de los trabajadores de muchos países.
Mientras las nubes de la guerra se juntaban en 1914 hubo muchas declaraciones de oposición a la guerra tanto desde la Internacional como desde partidos nacionales. Un par de semanas antes de la Primera Guerra Mundial comenzó un congreso del entonces partido socialista en Francia, el SFIO, que reclamó una huelga general si la guerra estallaba. Hubo manifestaciones contra la guerra en muchos países en los días previos a que el conflicto empezara, incluyendo Alemania, Francia y Gran Bretaña.
Inicialmente muchos pensaron que los asesinatos en Sarajevo no conducirían a la guerra porque ya antes se habían dado casos de "incidentes" internacionales que habían amenazado con culminar con una guerra, como las crisis de 1905 y 1911 contra Francia y Alemania por sus disputas para dominar Marruecos.
El miedo a la guerra se convirtió en pavor por las grandes bajas y daños con la moderna tecnología militar podía provocar. Fue Frederick Engels, el colaborador más cercano de Marx, quien en diciembre de 1887 predijo con sorprendente precisión el impacto humano, económico y político de una futura guerra que, particularmente, describió como una "guerra mundial":
"Y, finalmente, la única guerra que le queda por hacer a Prusia-Alemania será una guerra mundial. Una guerra mundial, además, de una extensión y violencia hasta entonces inimaginables. Se enfrentarán de 8 a 10 millones de soldados y en el proceso dejarán más en los huesos a Europa que una plaga de langostas. Los estragos de la Guerra de los 30 Años condensados en 3 ó 4 años y extendidos sobre todo el continente: hambre, enfermedad, la degeneración universal hasta el barbarismo tanto de los ejércitos como de los pueblos, siguiendo los pasos de la miseria profunda y la irremediable dislocación de nuestro sistema artificial de comercio, industria y crédito, culminando en una bancarrota universal. El colapso de los antiguos estados y su sabuduría política convencional hasta el punto de que las coronas rueden hacia las cloacas en docenas sin nadie alrededor para recogerlas. La absoluta imposibilidad de predecir como terminará todo y quién emergerá victorioso de la batalla. Solamente una consecuencia es segura: agotamiento universal y la creación de las condiciones necesarias para la victoria final de la clase trabajadora.
Esta es la perspectiva para este momento en el que la carrera armamentística llega a su clímax y finalmente da sus inevitables frutos. Este es la situación crítica, mis nobles príncipes y hombres de estado, a la que vuestra sabiduría ha conducido a nuestra vieja Europa. Y cuando no os quede otra alternativa que comenzar el último baile de la guerra no nos importará lo más mínimo. La guerra nos podría, durante cierto tiempo, empujar a la irrelevancia, podría arrebatarnos muchas de las conquistas de nuestras manos. Pero una vez que hayáis liberado las fuerzas que seréis incapaces de refrenar, las cosas podrán tomar su curso: para el final de la tragedia vosotros estaréis arruinados y la victoria del proletariado habrá sido alcanzada o será inevitable." (De la edición en inglés de Marx-Engels Collected Works, Volumen 26, página 451).
Fueron estas experiencias y temores las que sentaron las bases para que el movimiento de los trabajadores se opusiera tanto al capitalismo como a la guerra. Mientras muchos socialistas y trabajadores llegaban a la conclusión de que el capitalismo significa guerra, había debates continuos, y algunas veces acalorados, sobre qué se debía hacer para evitar la catástrofe.
Oposición internacional a la guerra
La situación empeoró en 1912, cuando la primera guerra de los Balcanes se consideró que amenazaba con convertirse en una guerra europea. En Octubre comenzaron a darse grandes manifestaciones en toda Europa, siendo la mayor la de Berlín con 250.000 personas, y que llevó a un día de protestas en toda Europa convocado por la Segunda Internacional el 17 de Noviembre. La Internacional, que había sido fundada en 1889, unía a organizaciones de trabajadores, especialmente, pero no únicamente, de Europa. Durante años había tenido un papel vital en el desarrollo de organizaciones de masas y como foro de discusión de las ideas socialistas y tácticas del movimiento de los trabajadores. En una era de imperialismo y de amenaza de guerra, la Internacional era un símbolo de internacionalismo y de unidad de la clase obrera. Por lo tanto, su convocatoria en noviembre de 1912 tuvo como resultado protestas simultáneas en 11 países europeos, y con la mayor manifestación en París, con 100.000 personas. Una semana más tarde se celebró en Basilea, Suiza, un congreso de emergencia de la Internacional. En el congresos participaron más de 500 delegados y fue recibida por una manifestación internacional contra la guerra de 30.000 personas.
Políticamente, este congreso continuó y desarrolló los debates anti-guerras y las decisiones de los anteriores congresos ordinarios de la Internacional que tuvieron lugar en Stuttgart en 1907 y Copenague en 1910.
Uno de las cuestiones discutidas fue si convocar una huelga general para impedir el estallido de la guerra. Esta convocatoria estaba apoyada, entre otros, por el francés SFIO, que en 1912 en un congreso extraordinadio el 21 de noviembre, incluyó "una guerra general e insurrección" entre las acciones que se deberían tomar si había una amenaza de que la guerra estallara.
La declaración del Congreso Internacional de Basilea resumía muchos de los debates de los años anteriores y, a pesar de algunas debilidades, expresaba claramente la oposición a una guerra entre los poderes capitalistas:
"Si existe una amenaza de guerra, el deber de las clases trabajadores y de sus representantes parlamentarios en los países involucrados, apoyados por la actividad coordinada del Buró Socialista Internacional, es el de realizar todos los esfuerzos posibles para evitar el estallido de la guerra de la forma que consideren más efectiva, que naturalmente varía de acuerdo con la forma de la lucha de clases y de la situación política general.
En caso de que la guerra estalle de todas formas, es su deber el intervenir a favor de un rápido término y con todos sus poderes utilizar la crisis económica y política creada por la guerra para levantar al pueblo y de esta forma acelerar la caída del poder de la clase capitalista.
La derrota del antagonismo entre Alemania por una parte, y Francia e Inglaterra por la otra, eliminaría el mayor peligro para la paz en el mundo, sacudiría el poder del zarismo que explota este antagonismo, haría imposible un ataque del Imperio austrohúngaro contra Serbia, y aseguraría la paz en el mundo. Todo los esfuerzos de la Internacional, por lo tanto, deben encaminarse a este fin...
La Internacional hace un llamamiento a los trabajadores de todos los países a responder con el poder de la solidaridad internacional del proletariado al imperialismo capitalista. Advierte a las clases dirigentes de todos los estados de que no incrementen mediante acciones beligerantes la pobreza que las masas sufren como consecuencia del método capitalista de producción. Demanda enfáticamente la paz. Los gobiernos deben recordar que con las condiciones actuales de Europa y el estado de ánimo de la clase trabajadora, no pueden provocar una guerra sin riesgo para ellos mismos. Deben recordar que a la guerra francoalemana le siguió el levantamiento revolucionario de la Comuna, que la guerra rusojaponesa puso en marcha las energías revolucionarias de los pueblos del Imperio ruso, y que la competición militar y en armamento naval dio a los conflictos de clase en Inglaterra y el continente una intensidad jamás vista, y desencadenó una enorme oleada de huelgas. Sería demente que los gobiernos no se den cuenta de que la misma idea de la monstruosidad de una guerra mundial inevitablemente causaría la indignación y la revuelta de la clase trabajadora. Los proletarios consideran un crimen dispararse mutuamente por el beneficio de los capitalistas, las ambiciones de las dinastías, o la gloria de tratados diplomáticos secretos.
El proletariado es consciente de que en este momento lleva el peso del futuro de toda la humanidad. El proletariado luchará con todas sus fuerzas para evitar la aniquilación de los jóvenes de todos los pueblos, amenazados por los horrores de matanzas masivas, hambrunas y pestes.
Por lo tanto, el Congreso llama a todos vosotros, proletarios y socialistas de todos los países, a hacer oír vuestras voces en esta hora decisiva. ¡Proclamad vuestra voluntad en todas las formas y sitios; protestad en todos los parlamentos con toda vuestra fuerza; uníos en grandes manifestaciones; utilizad todos los medios de la organización y del proletariado puestos a vuestra disposición! Aseguraos de que los gobiernos son conscientes en cada momento de la vigilancia y del apasionado deseo de paz del proletariado. Oponeos al mundo capitalista de explotación y asesinatos masivos con el mundo proletario de paz y fraternidad."
Capitulación traumática
Dada la creciente fuerza de los partidos de la Internacional, especialmente del SPD (Partido Socialdemócrata de Alemania) que en el mismo año ganó un tercio de los votos en Alemania, estaba muy extendida la expectativa de que estos partidos, incluso si no eran capaces de detener el estallido de la guerra, se opondrían a ella y utilizarían la crisis subsiguiente para derrocar el capitalismo.
De ahí la gran conmoción de muchos activistas cuando en agosto de 1914 prácticamente todos los líderes de los partidos de la Internacional apoyaron a sus "propias" clases dirigentes. Al igual que en 1912, en julio de 1914 hubo enormes manifestaciones contra la guerra, aunque frecuentemente con demandas bastante vagas. Entre el 25 y el 30 de julio al menos 750.000 personas acudieron a las manifestaciones contra la guerra convocadas por el SPD en toda Alemania. En Francia, aunque las manifestaciones estaban prohibidas en París, alrededor de 90.000 personas se manifestaron fuera de Parías entre el 25 de julio y el 1 de agosto. De igual manera en Gran Bretaña, la "sección británica" de la Internacional, es decir, el Partido Laborista, El Partido Laborista Independiente y el Partido Socialista Británico, organizaron una serie de protestas durante el primer y segundo fin de semana de agosto bajo el eslogan "Guerra a la Guerra", y la mayor de ella convocó a 20.000 personas en el centro de Londres.
Pero mientras continuaba la cuenta atrás hacia la guerra se incrementó la presión de la clase dirigente hacia los líderes de las organizaciones de los trabajadores para que apoyaran a sus "propios" gobiernos. Al mismo tiempo la propaganda de la clase dirigente manipuló los miedos y los prejuicios históricos para suscitar el apoyo a la guerra. El líder socialista austriaco Victor Adler explicó en una reunión de la Internacional justo antes de la guerra que "ahora vemos los resultados de años de agitación y demagogia de clase (de la clase dirigente)... En nuestro país, la hostilidad a Serbia es casi una segunda piel".
Mientras la posibilidad de una guerra crecía, cada clase dirigente se esforzaba en movilizar el apoyo público a la guerra y la presión sobre los líderes de los trabajadores se incrementaban para que la aceptaran. Pero esto no es excusa para las acciones de estos líderes que apoyaron a la clase capitalista de sus países. De hecho se dieron justificaciones y excusas en cada país para presentar la guerra como una de "defensa nacional" y éstas eran repetidas por los "socialistas" a favor de la guerra. En Alemania era la amenaza de la Rusia zarista, mientras en en Gran Bretaña y Francia era la amenaza del militarismo pruso-alemán y la defensa de la "pobre Bélgica".
Pero todas estas excusas eran completamente hipócritas. Ninguno de estos estados europeos eran democráticos, ni siquiera formalmente, y negaban el derecho a voto a todas las mujeres y a muchos hombres. Todos eran poderes coloniales involucrados en guerras brutales para crear y mantener sus imperios. Gran Bretaña, Francia y Alemania estaban guerreando por el reparto de China. Entre 1904 y 1907 el ejército alemán ejecutó las matanzas masivas que más tarde se conocieron como el genocidio herero y manaqua en lo que ahora es Namibia. Solamente días después de que estallara la guerra en 1914 el ejército británico estaba disparando a manifestantes desarmados en Abeokuta, en la recién creada Nigeria, como parte de un intento de reprimir las protestas contra los nuevos impuestos coloniales y obligar a realizar trabajos no renumerados. La clase dirigente que gobernaba "la pobre Bélgica" no era tan pobre y su rey, Leopoldo II, había escrito a un ministro "Il faut à la Belgique une colonie" (Bélgica necesita una colonia) antes de establecer un dominio personalista y particularmente brutal sobre el Congo.
Incluso algunos de los que se oponían a la guerra, como el líder francés Jean Jaurès, que fue asesinado por un nacionalista cuando la guerra estaba empezando, tenía esperanzas de que los propios capitalistas detuvieran la guerra. En un mitin contra la guerra de la Internacional en Bruselas dos días antes de que fuera asesinado, Jaurès argumentaba que "no tenemos que forzar una política de paz sobre nuestro gobierno (francés). Está llevando a cabo unas políticas que demuestran que el gobierno francés quiere la paz y trabaja para mantenerla. Es el mejor aliado de los esfuerzos de paz del espléndido gobierno británico, que tomó la iniciativa de la conciliación". Como Jaurès, que generalmente estaba a la derecha del movimiento de los trabajadores, hubiera reaccionado al hecho de que cinco días más tarde Alemania declarara formalmente la guerra a Francia es una pregunta abierta.
La capitulación de los líderes socialistas anteriormente "anti-guerra" fue muy extensa bajo la presión dual de la ola patriótica que acompañó al estallido de la guerra y la intensa presión de las clases dirigentes por la "unidad" en el "frente interior". En Gran Bretaña, Arthur Henderson, que propuso la resolución "Guerra a la Guerra" el 2 de agosto en el mitin de Londres, rápidamente se convirtió en un apoyo a la guerra y en 1915 se unió a la coalición de guerra, siendo la primera vez que un miembro del Partido Laborista llegó a ser ministro en Gran Bretaña. Al mismo tiempo estas dos presiones reforzaron la posición de los elementos pro-capitalistas ya presentes dentro de las organizaciones de trabajadores que no tenían el deseo, o veían imposible, la transformación socialista de la sociedad.
En la mayoría de los países combatientes los partidos de la Internacional inmediatamente decidieron apoyar a su "propio" bando, con las únicas excepciones de Rusia, Bulgaria y Serbia. Pero mientras el estallido de la guerra no fue inesperado, ésta casi completa caída de la oposición a la guerra fue una sacudida para los socialistas que continuaban sosteniendo las posiciones previamente decididas en contra de la guerra. Lo que reveló la Primera Guerra Mundial fueron las diferencias entre las palabras y las acciones, concretamente que mientras muchos líderes todavía mantenían públicamente una posición revolucionaria, es decir, de rechazo del capitalismo, la realidad era que estaban de manera efectiva incorporados al sistema capitalista y se estaban convertiendo en unos traidores al socialismo. Muchos de los líderes de los trabajadores se convirtieron en nacionalistas, y de ahí la editorial a favor de la guerra del principal diario socialista en Austria, el vienés Arbeiter-Zeitung, titulada “Der Tag der deutschen Nation” (El Día de la Nación Alemana).
En muchas facetas esta retirada fue simbolizada en su mayor parte en Alemania, donde el SPD, el partido más fuerte de la Internacional, había efectivamente caído en las manos de sus líderes que en realidad no tenían intención de conducirlos a una lucha contra el capitalismo. El antiguo lema del SPD “Diesem System keinen Mann und keinen Groschen!” (Para este sistema ni un hombre y ni un céntimo), con el que uno de sus fundadores, Wilhelm Liebknecht, recibió la creación del Imperio Alemán, fue reemplazado por “Burgfrieden” (paz civil). Pero mientras los líderes del SPD estaban en "paz" con el Kaiser y los capitalistas, éstos estaban imponiendo un régimen policial dentro de su propio partido para sofocar las críticas y, cuando esto no funcionó, empezaron a expulsar a los que se oponían a la guerra. Cuando la revolución estalló en Alemania en 1918 algunos de estos traidores trabajaron con los militares y bandas de tipo fascistas para reprimir sangrientamente la revolución, incluyendo ejecuciones sumarias de los líderes revolucionarios Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht en enero de 1919 por orden de los líderes del SPD. La cooperación con las clases dirigentes en el gobierno no se limitó a los líderes del SPD; lo mismo ocurrió en Gran Bretaña, Francia y Bélgica y en 1917, en el primer periodo de la Revolución Rusa antes de que los bolcheviques llegaran al poder.
El crecimiento del reformismo
El impacto de lo que ocurrió en Alemania fue mayor por la fuerza científica y económica del país y porque antes de la guerra el SPD era visto internacionalmente como modelo del movimiento de los trabajadores. El SPD lideraba políticamente la Internacional, que entonces estaba formada fundamentalmente por partidos marxistas.
Internacionalmente el SPD había sentado las bases de la construcción de organizaciones de masas de la clase trabajadora que, al menos formalmente, tenían como objetivo el derrocamiento del capitalismo. Rechazando los "esfuerzos revisionistas" que pretendían comprometer formalmente al partido solamente a reformar el capitalismo. Por ejemplo, el congreso del SPD de 1901 condenó los intentos de "suplantar la política de conquista del poder mediante el triunfo sobre nuestros enemigos con una política de reconciliación con el orden existente". Organizativamente el SPD disfrutó de un crecimiento masivo. Después de emerger en 1890 de 12 años de ilegalidad, el voto del SPD creció en las siguientes elecciones generales, alcanzando los 4.25 millones (34,7%) en 1912. En 1913 sus miembros alcanzaron la cifra de 1.085.900, cuando la población total alemana era de aproximadamente 68 millones.
Sin embargo la herencia revolucionaria del SPD fue minada por una combinación de ilusiones propagadas por un periodo de crecimiento económico y, paradójicamente, por el propio crecimiento año tras año del SPD. La mayoría de las capas dirigentes dentro del SPD y los sindicatos empezó a asumir que el movimiento continuaría progresando casi automáticamente hasta que ganaran una mayoría y que luego, paso a paso, las reformas mejorarían gradualmente las vidas de los trabajadores. Con el tiempo esto llevo a un abandono "de facto" de la expectativa de que las crisis atenazarían el sistema capitalista y de la perspectiva revolucionaria, ya que un número creciente de líderes pensaban que el capitalismo seguiría desarrollándose generalmente de forma ininterrumpida.
Este desarrollo de adaptación al capitalismo fue fortalecida por el hecho de que las organizaciones de trabajadores cuando crecen, de manera natural, tienen que hacer actividades más allá de la propaganda. Cada vez más tienen que involucrarse en luchas del día a día, abiertas a las reformas o a asuntos diarios de los centros de trabajo o en reformas que podrían mejorar inmediatamente las vidas de los trabajadores. Como el SPD no tenía un puente entre su programa máximo de revolución y un programa mínimo de reformas inmediatas, esto significó que las luchas diarias frecuentemente eran vistas como algo separado del objetivo más amplio de construir la conciencia del movimiento con el objetivo de acabar con el capitalismo.
Al mismo tiempo el crecimiento de las organizaciones de trabajadores produjo el peligro de que este crecimiento fuera visto como un fin en sí mismo. Estas organizaciones en expansión también corrieron el riesgo de convertirse en vehículos para construir carreras personales de una minoría privilegiada, algo que solamente podía ser evitado por unas bases políticamente activas. En muchos casos había una política consciente de la clase dirigente de desarrollar una capa de líderes pro-capitalistas dentro de las organizaciones de los trabajadores, a los que el pionero socialista estadounidense Daniel De Leon llamó "los lugartenientes obreros del capital". Por ejemplo, el voto a favor de la guerra de agosto de 1914 del SPD fue preparado parcialmente por las conversaciones privadas entre el canciller alemán y el parlamentario del ala derecha del SPD Südekum, que después transmitió a los líderes del SPD.
En 1914 este era un nuevo fenómeno, y de allí la gran conmoción. Había habido ejemplos anteriores de líderes socialistas que individualmente se movieron al bando del capitalismo. El más famoso se dio cuando Millerand se unió al gobierno francés en 1899, un paso que dio lugar a un debate internacional que culminó con la Internacional denunciado su postura en agosto de 1904. Mientras que Jaurès tuvo éxito en 1903 en evitar que el congreso del Partido Socialista Francés expulsara a Millerand, más tarde éste fue expulsado por la federación regional de Seine, en enero de 1904. Pero el "corrimiento" de partidos enteros no se había visto antes de 1914. Por desgracia hoy los socialistas han experimentado muchas más veces que individuos o fuerzas anteriormente socialistas se adapten y se integren en el sistema capitalista pero también han aprendido cómo combatir el crecimiento de las tendencias pro-capitalistas y arribistas.
Sin embargo, en 1914, las noticias de que los parlamentarios del SPD habían votado a favor de la guerra fueron muy chocantes para muchos activistas. Como es bien conocido, Lenin, entonces en el exilio, inicialmente pensó que el número del principal diario del SPD, Vorwärts, que anunciaba que el partido apoyaba la guerra era una falsificación del ejército alemán. El apoyo del SPD a la guerra del Imperio Alemán sacó a la luz el hecho de que la mayoría de sus líderes habían claramente adoptado posiciones pro-capitalista y, en el futuro, se opondrían a la revolución socialista. Este fue el significado esencial del punto de inflexión del 4 de agosto de 1914, cuando el SPD votó en el parlamento por el apoyo a "su bando" en una guerra inter-imperialista en la que se involucraban, en el mejor de los casos, semi-democracias.
La decisión del liderazgo del SPD de apoyar la guerra, contraria a la oposición de sus fundadores en la ocupación de Francia liderada por Prusia, y su oposición a la colaboración con el gobierno, fue un fuerte golpe que públicamente marcó el final de la proclamación del partido como revolucionario. Este fue un paso decisivo hacia la integración de los líderes del SPD dentro del sistema capitalista y preparó el camino para el papel abiertamente contrarrevolucionario que jugó durante y después de la revolución alemana de 1918-9.
Preparación de la revolución
A pesar de esta conmoción sobre muchos, esto no fue enteramente un relámpago inesperado, aunque muy pocos esperaban que el SPD realmente diera un apoyo total a la guerra. Antes de 1914, en una fuerte lucha política dentro del SPD, Rosa Luxemburgo se había convertido en la principal oposición a una creciente tendencia reformista, no revolucionaria, y "de facto" pro-capitalista dentro del partido. Para 1914 el SPD estaba dividido en 3 tendencias: el ala abiertamente reformista; el llamado centro (liderado por Kautsky); y los radicales (es decir, la izquierda marxista) liderada por Luxemburgo, Liebknecht y otros. Pero, al contrario que los bolcheviques en su lucha entre 1903 y 1912 en la Decocracia Social Rusa, Luxemburgo no intentó unir al ala marxista y convertirla en una oposición coherente que sistemáticamente luchara tanto por sus ideas como por construir más apoyos. Trágicamente esto contribuyó a su debilidad al principio de la guerra y después al principio de la revolución alemana en 1918.
Mientras la guerra se aproximaba la ola patriótica en la mayoría de los países asustó a muchos líderes y esto se convirtió en otra razón para no oponerse a la guerra. Por lo tanto el líder austriaco Victor Alder dijo en la última reunión del Buró Internacional antes de que la guerra empezara que "corremos el peligro de destruir 30 años de trabajo sin ningún resultado político".
Claramente ningún líder de los trabajadores quiere destruir o debilitar el movimiento por temeridad política, pero a veces es necesario decir la verdad, aunque hábilmente, para prepararse para el futuro. El desafío era como prapararse para los inevitables efectos revolucionarios de la guerra que, como había predicho Engels, solamente tendría una consecuencia "absolutamente segura": "agotamiento universal y la creación de las condiciones para la victoria final de la clase trabajadora."
Esto es exactamente lo que pasó cuando el entusiasmo patriótico inicial de la Primera Guerra Mundial fue barrido por los horrores de la guerra y el cinismo de las clases dirigentes y reemplazado por la revuelta y una ola revolucionaria a nivel mundial.
La cuestión de cómo prepararse para estos inevitables efectos revolucionarios dominó la actividad política de los socialistas en el primer periodo de la guerra. Cómo la Internacional había desaparecido como fuerza, por qué la resolución de Basilea había sido ignorada, por qué sus partidos constituyentes estaban en diferentes bandos en las trincheras y qué conclusiones políticas y organizativas debían extraerse de esto eran los temas que se debatían entre los activistas mientras intentaban reconstruir el movimiento socialista.
En su artículo de 1915 "La Caída de la Segunda Internacional", Vladimir Lenin, mientras criticaba los argumentos de estos líderes que apoyaban la guerra también enfatizaba que el abandono de las ideas del Manifiesto de Basilea, no solamente sobre la oposición a la guerra sino también sobre la preparación para los eventos revolucionarios que la guerra traería, significaba un cambio cualitativo fundamental en los antiguos partidos.
"Consideremos la sustancia del argumento de que los autores del Manifiesto de Basilea sinceramente esperaban la llegada de una revolución, pero que fueron refutados por los hechos. El Manifiesto de Basilea dice: (1) que la guerra creará una crisis política y económica; (2) que los trabajadores considerarán la participación en la guerra como un crimen, y como criminal a los que "se disparen mutuamente por el beneficio de los capitalistas, por las ambiciones dinásticas y los tratados diplomáticos secretos", y que la guerra provoca "indignación y sublevación" en los trabajadores; (3) que es el deber de los socialistas aprovechar esta crisis y la rabia de los trabajadores para "despertar al pueblo y acelerar la caída del capitalismo"; (4) que todos los "gobiernos" sin excepción podían comenzar la guerra solamente "bajo su propia responsabilidad"; (5) que los gobiernos "temían una revolución del proletariado"; (6) que los gobiernos "debían recordar" la Comuna de París (es decir, la guerra civil), la Revolución Rusa de 1905, etc. Todas estas ideas eran perfectamente clara; no son la garantía de que una revolución tendrá lugar, pero enfantizan una caracterización precisa de hechos y tendencias...
¿Durará mucho esta situación? ¿Hasta dónde puede seguir agudizándose? ¿Terminará en una revolución? Esto es algo que no sabemos, que nadie puede saber. La respuesta solamente puede venir de la experiencia ganada durante este desarrollo del sentimiento revolucionario y la transición a la acción revolucionaria de la clase avanzada, el proletariado. No puede haber discusión en esta conexión sobre "ilusiones" o su rechazo, ya que ningún socialistas ha garantizado jamás que esta guerra (y no la siguiente), que la situación revolucionaria de hoy (y no la de mañana) producirá una revolución. Lo que estamos discutiendo es el deber indiscutible y fundamental de todos los socialistas: la de revelar a las masas la existencia de una situación revolucionaria, explicar su alcance y profundidad, despertar la conciencia revolucionaria del proletariado y su determinación revolucionaria, ayudándoles a pasar a la acción revolucionaria, a formar, para ese propósito, organizaciones adecuadas para la situación revolucionaria.
Ningún socialista influyente o responsable se ha atrevido jamás a dudar de que ésta es el deber de los partidos socialistas. Sin extender o amparar "ilusiones", el Manifiesto de Basilea hablaba específicamente de este deber de los socialistas: el de levantar al pueblo... aprovechar la crisis para acelerar la caída del capitalismo, y guiarse por los ejemplos de la Comuna y los eventos de Octubre – Diciembre 1905. El actual fracaso de los partidos de actuar bajo este deber significó su traición, su muerte política, la renuncia de su papel y su deserción al bando de la burguesía".
Fueron Lenin, Trotsky y los bolcheviques quienes en Rusia en 1917 se guiaron por estos ejemplos del pasado para ganar el apoyo de las masas, llevar a cabo la revolución de Octubre y convertirse en un ejemplo que inspiró a millones de personas alrededor del mundo.
La Primera Guerra Mundial marcó el final de la Segunda Internacional como fuerza socialista y la convirtió en un freno pro-capitalista del movimiento de los trabajadores, ayudando a dar forma a la historia posterior. Pero de esta derrota surgió un nuevo movimiento que construyó una nueva Internacional, la Internacional Comunista, esforzándose por aprender las lecciones del pasado y de la Revolución Rusa de 1917. Éste fue el movimiento revolucionario a nivel global más grande visto hasta entonces, construido con una combinación de antiguos activistas opositores a la guerra y a la colaboración con las clases dirigentes y aquellos, especialmente jóvenes, radicalizados por las experiencias de la guerra y la revolución. Desgraciadamente esta nueva Internacional fue debilitada por el crecimiento del estalinismo en la entonces Unión Soviética que finalmente la llevó a su derrumbe.
Hoy las características básicas del capitalismo son las mismas que antes de la Primera Guerra Mundial. Es todavía un sistema que significa inestabilidad y, en muchos casos, guerras. Incluso si hoy las principales potencias prefieren evitar la confrontación directa entre ellos, esto no ha significado un mundo en paz, ya que millones de personas han muerto en conflictos desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945.
En este sentido la lucha por el final de la guerra, en todas sus diferentes formas, todavía continúa siendo una tarea del movimiento de los trabajadores. El carácter de la lucha puede ser diferente, por ejemplo mediante la lucha para construir un respuesta unida de trabajadores y pobres a los conflictos sectarios y la lucha contra la represión. Como vimos con la invasión de 2003 de Iraq, incluso cuando los capitalistas son capaces de empezar guerras, solamente el movimiento de los trabajadores puede hacerles rendir cuentas, tanto individual como colectivamente.
El mundo de hoy está más conectado que nunca antes. Actualmente la idea de una Internacional que una a los trabajadores de todo el mundo en un movimiento para transformar el mundo tiene más potenciala que nunca. El CIT, Comité Internacional de los Trabajadores, está luchando para construir sobre este potencial, aprendiendo de las lecciones del paso para ayudar a cumplir el objetivo de los pioneros del movimiento de los trabajadores de transformar el mundo y librarlo del caos del capitalismo y de la amenaza de violencia y guerra.