¡El capitalismo es el virus: el socialismo es la única cura!
¡Cinco razones para luchar por un mundo socialista en 2020!
¡Cinco razones para unirse a la ASI!
Alternativa Socialista Internacional, declaración del 1º de mayo
El Día de Mayo - El Día Internacional de los Trabajadores de este año tiene un significado especial en un momento en el que el mundo se encuentra en las garras del Coronavirus y se enfrenta a la que quizás sea la peor crisis económica de los últimos cien años.
Incluso antes de la llegada del virus, una ola de huelgas y protestas se había extendido por todos los continentes en protesta por la austeridad, los regímenes autoritarios e incluso, en los Estados Unidos, por unos niveles de remuneración decentes. Ahora, con el Corona, la verdadera naturaleza de la sociedad moderna basada en clases ha quedado expuesta para que todos la vean. Las reivindicaciones originales del Primero de Mayo, Día Internacional de los Trabajadores, que comenzó hace más de un siglo, centradas en la jornada de 8 horas, la solidaridad internacional de los trabajadores y la paz, siguen siendo relevantes hoy en día. El sistema capitalista se ha mostrado cada vez más incapaz de hacer avanzar a la sociedad.
Alternativa Socialista Internacional (ASI - hasta enero conocida por el nombre de CIT) hace un llamado a todos los trabajadores y activistas socialistas a participar de cualquier manera posible en las condiciones del Covid-19 en la conmemoración del 1 de mayo, para demostrar la solidaridad internacional de los trabajadores. Dada la situación actual, necesitamos más que nunca presentar una alternativa al capitalismo. Estas son cinco razones por las que pensamos que el socialismo es el camino a seguir:
Número uno: ¡El socialismo se habría preparado para la crisis de la Corona!
El virus Covid-19 parece ser una mutación natural. Claramente ningún sistema puede prevenir que tales mutaciones ocurran, aunque hay evidencia significativa que indica que debido a la urbanización capitalista, la deforestación y el cambio climático, tales nuevas mutaciones están causando pandemias más frecuentemente. De hecho, los autores de la Plataforma intergubernamental científico-normativa sobre diversidad biológica y servicios de los ecosistemas (IPBES) de 2019 concluyó: "Las pandemias recientes son una consecuencia directa de la actividad humana, en particular de nuestros sistemas financieros y económicos mundiales que valoran el crecimiento económico a cualquier precio".
Esta no fue la primera advertencia de que una pandemia como ésta podría ocurrir. No menos importante fue la pandemia del SARS Covid-2 en 2003. Se llevaron a cabo importantes investigaciones para desarrollar una vacuna para ese Coronavirus pero se detuvieron antes de las pruebas en humanos porque los científicos involucrados "intentaron por todos los medios conseguir inversores o subvenciones... pero no pudimos generar mucho interés". Si la vacuna hubiera existido, podría haber reducido dramáticamente el tiempo necesario para desarrollar una para el Covid-19.
Luego estaba, entre otros, el Instituto Alemán Robert Koch, que advirtió de una pandemia, similar a la que tenemos ahora. En una sociedad socialista que habría llevado a una adecuada "planificación de riesgos", habría habido una inversión masiva y un desarrollo del sistema sanitario y hospitalario, en lugar de recortes y privatización que han dejado a la mayoría de los países con una gran escasez de camas de cuidados intensivos. En lugar de reservas de armas, habría reservas de ventiladores, equipos de protección, los materiales necesarios para hacer pruebas urgentes y medicamentos antivirales. En lugar de la producción "justo a tiempo" y la subcontratación a otros países, se mantendrían instalaciones de producción en todos los países y regiones. En lugar de contratar a agencias y de que haya escasez de personal de enfermería y otros médicos, serían contratados por el Estado con salarios adecuados para tener tiempo de capacitarse y aprender los procedimientos de emergencia.
Pero los gobiernos capitalistas no planificaron y luego trataron de ocultar la aparición de la enfermedad. No sólo en China, sino en muchos otros países, los gobiernos y los líderes retrasaron la adopción de medidas, argumentando que la enfermedad no era grave o no afectaría a su país. Lo hicieron para proteger los beneficios capitalistas y, a menudo, su propio prestigio. En una sociedad socialista, el potencial de la tecnología de la información, en lugar de desperdiciarse en fines militares o de inteligencia o para ayudar al sistema bancario, se aprovecharía para establecer un sistema de alerta temprana para señalar nuevos casos a medida que se desarrollan, de modo que se pudieran iniciar planes de emergencia. Estas medidas, si se utilizan de manera eficiente, no sólo "bajarían la curva" sino que podrían "aplastarla".
Segunda razón: ¡El socialismo se habría ocupado eficazmente del COVID-19!
Pero tales enfermedades aparecen. En una sociedad socialista, los intereses de la gente, y no las ganancias, se ponen en primer lugar. Los intereses nacionales no se contradicen con la necesidad de cooperación internacional. Gracias al sistema de alerta temprana, toda la información necesaria se distribuiría de forma oportuna, transparente y eficaz, permitiendo a la sociedad en su conjunto planificar y permitiendo que la población recibiera un asesoramiento médico adecuado sobre las medidas preventivas necesarias.
Todas las pruebas existentes hasta la fecha indican que la clave para reducir el número de víctimas mortales en una pandemia de ese tipo son las pruebas tempranas y masivas de la población para permitir su rastreo, el autodistanciamiento y la existencia de un número suficiente de camas y personal de cuidados intensivos.
En una sociedad socialista, los recursos adecuados servirían para apoyar una red de salud pública, que en épocas normales se dedicaría a la prevención de enfermedades y a la promoción de una vida sana, y con una pandemia en ciernes realizaría rápidamente pruebas masivas en escuelas, lugares de trabajo, aeropuertos y estaciones de transporte .
Los servicios nacionales de salud serían financiados por el estado y estarían plenamente integrados, proporcionando una atención sanitaria de calidad desde "la cuna hasta la tumba". No habrían más clínicas privadas para los ricos que se aprovechan de los mejores recursos, mientras que los hospitales estatales, escasos de fondos, tratan al resto de la población. No se cobrarían tasas para las pruebas y tratamientos. Ya no recaerían las cargas sobre las mujeres y tampoco tendrían que realizar este trabajo no remunerado para cuidar de los enfermos.
No llegaríamos a la situación en la que los médicos tuvieran que decidir a quién tratar y a quién enviar a casa a morir. No habrían más residencias de ancianos privadas con personal mínimo, donde los ancianos son dejados para que mueran, sino una red de calidad, financiada por el estado, de hogares para que los ancianos pudieran permanecer en la sociedad y vivieran con dignidad.
La investigación médica ya no dependería de pequeñas empresas incipientes financiadas generalmente por subvenciones y subsidios estatales, ni los descubrimientos se ocultarían tras las patentes ni serían confiscados por las farmacéuticas para aumentar sus beneficios. La investigación se llevaría a cabo en organismos financiados por el estado y toda la información se compartiría abiertamente. Los nuevos medicamentos serían producidos por organizaciones de propiedad pública y gestionados democráticamente. Se acabarían las estafas de los altos precios por parte de las empresas privadas y los especuladores, que obtienen beneficios exorbitantes por la escasez de mascarillas y respiradores.
Hoy en día vemos que todos los mitos acerca de que los seres humanos somos demasiado egoístas para la posibilidad de la existencia de una sociedad socialista, son erróneos. Especialmente en las comunidades de clase trabajadora, vemos sentimientos generalizados y actos de solidaridad. En una sociedad socialista, la cultura de la cooperación y la solidaridad es mucho más fuerte, alentada por la participación de todas y todos en el funcionamiento de la sociedad en todos los niveles. Los nuevos planes de vivienda con zonas de recreo integradas ayudarían a poner fin al horrible hacinamiento actual, que hace que el autoaislamiento sea tan difícil para muchos. El distanciamiento, basado en la confianza y la comprensión de las razones por las que es necesario, en lugar de las medidas obligatorias que se utilizan actualmente en muchos países, sería mucho más eficaz. La tecnología moderna utilizada para el rastreo, que puede ser necesaria, se utilizaría con supervisión pública, para garantizar que no se utilice indebidamente para limitar otras libertades.
El trabajo no esencial se detendría, punto final. Todos, incluidos los trabajadores por cuenta propia, los trabajadores precarios obtendrían un ingreso completo, eliminando cualquier presión financiera para que las personas vuelvan a trabajar. A los que todavía trabajan se les garantizaría un EPI completo. Las decisiones de volver al trabajo se tomarían sobre una base democrática, por el conjunto de la sociedad y los trabajadores involucrados, con el asesoramiento médico de expertos.
En una sociedad socialista, las prioridades de gasto público serían diferentes. En lugar de gastar enormes recursos en armas y especulación financiera, la prioridad sería la salud, la educación y calidad de vida.
Tercera razón: ¡Una economía socialista resolvería la crisis económica y sanitaria!
El mercado capitalista está fallando en proporcionar lo más básico para la lucha contra el Covid-19. Esto no sólo está en el ADN del capitalismo, sino que décadas de austeridad y privatización han dejado al sistema completamente desprevenido para la demanda creada por la pandemia. Los estados nacionales están luchando entre sí por los escasos suministros. Los jefes de la industria están entregando productos defectuosos y de baja calidad, que en muchos casos son inutilizables. Se están generando nuevas olas de especulación grotesca y ganancias por esta escasez.
Además, el virus y las medidas adoptadas para combatirlo han desencadenado una catástrofe de crisis económica mundial, la peor de los últimos cien años. Decenas de millones de personas han perdido sus empleos, cientos de millones han sufrido recortes salariales y ahora se prevé que cientos de millones morirán de hambre. Aún queda mucho por hacer. Vaya condena de un sistema económico que ha dominado el mundo durante siglos.
Una economía socialista eliminaría el constante afán de lucro a corto plazo y la competencia feroz por los mercados escasos, haciendo propiedad pública el comando de los ejes de la economía: los bancos, las grandes empresas industriales y de construcción, los sectores alimentario y farmacéutico, la información y el comercio minorista. Las diez principales empresas multinacionales tienen tanta riqueza como los 180 países más pobres; actualmente estrangulan la economía mundial.
La planificación democrática significaría que las estrategias empresariales ya no se determinarían en interés de los accionistas. Los organismos internacionales y nacionales, controlados por los propios trabajadores, planificarían la asignación de recursos para cada sector. Los actuales servicios de comercialización se reprogramarían para determinar, en el marco de un debate público, qué productos necesita realmente la población. La producción innecesaria o perjudicial, por ejemplo de armas, se convertiría en productos útiles. Las cadenas de suministro se rediseñarían para hacerlas sostenibles con una remuneración adecuada y condiciones seguras para quienes trabajan en ellas.
Las pequeñas empresas, que en este momento están en bancarrota por cientos de miles, podrían obtener créditos baratos, siempre que pagaran a su personal los salarios adecuados.
Los precios y los niveles de calidad serían regulados por juntas de consumidores elegidas democráticamente. Los precios serían más bajos, ya no tendrían que cubrir el despilfarro y los enormes beneficios que actualmente sacan los capitalistas. Las instalaciones de producción serían gestionadas por comités de trabajadores elegidos, ayudados por expertos técnicos cuyo trabajo ya no sería aumentar los beneficios sino servir a las necesidades de la gente.
Si la economía se planificara democráticamente de esta manera, los patrones hambrientos de dinero ya no obligarían a los trabajadores a seguir trabajando en condiciones inseguras, ya sea en los centros industriales de Italia o en los almacenes distópicos de Amazon. La economía ya no dependería del trabajo mal pagado de la clase obrera, especialmente el de las mujeres.
A la primera indicación de una epidemia, se movilizarían inmediatamente los recursos y se producirían los materiales necesarios, que ya no estarían restringidos por las patentes, los secretos comerciales y los altos precios y la competencia feroz entre los propietarios privados.
En lugar de ser ignorados y castigados por hablar, los trabajadores de la salud y el personal científico estarían en el centro de la gestión de una industria de la salud mundial pública y dirigida y controlada democráticamente.
A mayor escala, una economía planificada democráticamente no estaría ya al borde de una crisis mundial. No habría construido enormes burbujas especulativas a partir de la flexibilización cuantitativa - habría planificado la capacidad productiva para evitar la sobreproducción y el exceso de capacidad, y habría evitado el desarrollo de la guerra comercial. Funcionaría de manera sostenible, de modo que el clima y el medio ambiente ya no se verían perjudicados. Sería una sociedad basada en la satisfacción de las necesidades humanas, más que en el beneficio privado, acabando de una vez por todas con la explotación de los seres humanos por parte de los humanos, la supresión de los derechos de la mujer y la división de la sociedad en función del género, la raza o la nacionalidad.
Cuarta razón: ¡El socialismo permitiría una verdadera cooperación internacional!
Una pandemia mundial requiere una respuesta mundial coordinada. Sin embargo, incluso antes del virus del Corona, la "globalización" estaba en retroceso y fue reemplazada por una nueva era de antagonismo global. Las fronteras se están cerrando y los estados nacionales están discutiendo sobre los suministros críticos. El juego de culpas ya ha comenzado, con el imperialismo de EE.UU. y sus aliados denunciando el "virus chino". La Unión Europea se enfrenta a una nueva ola de presión para fragmentar, ya que la idea de "solidaridad" entre los gobiernos nacionales se muestra como una fantasía. ¡Trump ha anunciado que los Estados Unidos ya no financiarán la Organización Mundial de la Salud (OMS) y se enfrenta a la amenaza de colapso!
Aunque el capitalismo es un sistema económico global, nunca pudo superar plenamente una de sus contradicciones fundamentales: que su forma básica de organización económica y política es el Estado nación. Ahora, en el siglo XXI, cuando los gobiernos simplemente sirven a los intereses de sus élites capitalistas, se espera que los trabajadores y los pobres paguen la factura.
El capitalismo global ha fracasado en resolver la crisis del Corona y el colapso económico; alimenta la crisis climática debido a la implacable avaricia de los bancos y las compañías de petróleo y gas. Casi 800 millones de personas no tienen acceso a agua limpia, y casi 2 billones no cuentan con servicios sanitarios adecuados. Actualmente hay el doble de conflictos armados activos en el mundo que hace 50 años, en el punto álgido de la Guerra Fría, ya que las potencias imperialistas y las élites locales se pelean por los recursos. La cuestión nacional, con los grupos étnicos suprimidos y privados de sus derechos, sigue planteándose en todos los continentes del mundo.
En el socialismo internacional, la propiedad pública democrática de la riqueza eliminaría la base de los antagonismos nacionales, que en última instancia siempre reflejan los antagonismos entre los acervos rivales de los capitalistas. Esto no sólo acabaría con el flagelo de la guerra, el nacionalismo reaccionario y la xenofobia, sino que también abriría posibilidades económicas incalculables.
Cada año 850.000 personas, un tercio de ellas menores de 5 años, mueren a causa del agua sucia y de un saneamiento inadecuado. Sin embargo, costaría 100.000 millones de dólares al año proporcionar agua potable y saneamiento, ¡sólo una vigésima parte de lo que se gasta cada año en armas! Según Morgan Stanley, el mundo necesita gastar 50 billones de dólares para 2050 para detener el cambio climático. Eso es menos de lo que el mundo gastará en armas en ese tiempo o probablemente más o menos lo mismo que los capitalistas habrán dado como rescate a los bancos y las grandes empresas desde 2008 hasta el final de esta crisis. El mundo claramente tiene que cambiar sus prioridades, la forma en que utiliza su riqueza. Nosotros, la clase trabajadora, los pobres y oprimidos, tenemos que impedir que la élite gobernante destruya el planeta y su economía en aras de su beneficio. Tenemos que cambiar la forma en que se utiliza la riqueza que hemos creado. Pero no se puede controlar lo que no se posee. Así que tenemos que asumir el mando de la economía.
ASI representa una confederación socialista voluntaria de todas las regiones, naciones y nacionalidades, con el derecho a la autodeterminación de todos. De esta manera, se podría elaborar un plan económico internacional democrático, que ponga en común la mano de obra y los recursos del mundo, lo que eliminaría la competencia económica mundial y el vasto derroche innecesarios que existen bajo el capitalismo.
Quinta razón: ¡La lucha por el socialismo te necesita!
La realidad de la pandemia mundial y los confinamientos están teniendo un gran impacto en las perspectivas de millones de personas, revelando el verdadero equilibrio de fuerzas de clase en la sociedad. La afirmación marxista básica de que toda la economía y la sociedad dependen del trabajo de la clase obrera es cada vez más clara. Los corredores de bolsa, los hombres de negocios, los banqueros y los políticos de derecha que siempre han afirmado con arrogancia que son las personas más importantes de la sociedad han demostrado, en esta crisis incluso más que antes, que son absolutamente incompetentes y que no son necesarios. Las personas que son realmente importantes son los médicos, los conductores, los trabajadores de las tiendas y muchos otros. En una sociedad socialista, serían estas mismas personas, la clase obrera y sus aliados quienes dirigirían la sociedad.
La gente ya está sacando conclusiones políticas. Habrá un apoyo abrumador no sólo para los que luchan por salvar vidas a través de esta crisis, sino también para la financiación adecuada de la asistencia sanitaria. A medida que la crisis económica se agudiza, habrá preguntas sobre los bancos y las grandes empresas, y un creciente apoyo a la nacionalización. El desempleo masivo, mientras que los ricos siguen enriqueciéndose, llevará a la gente a preguntarse por qué no se puede repartir el trabajo. La ira crecerá a medida que los gobiernos capitalistas den más dinero a los ricos y a los bancos.
Pero la lucha para cambiar fundamentalmente la economía y crear una nueva sociedad necesita organizarse. Necesitamos sindicatos combativos. Necesitamos movilizaciones para oponernos a los ataques de los patrones en los lugares de trabajo, universidades y escuelas y zonas residenciales. Necesitamos luchar por todo lo que es necesario para mejorar nuestras vidas. Los capitalistas no se darán por vencidos. Están increíblemente organizados cuando se trata de defender sus intereses. Así que tenemos que estar aún mejor organizados, en sindicatos militantes y partidos obreros de masas que estén armados con un programa y una estrategia socialista, vinculados con organizaciones de este tipo en otros países para que acabemos de una vez por todas con los horrores del capitalismo.
Así pues, la conclusión que debe extraerse este Primero de Mayo, Día Internacional de los Trabajadores, cuando el mundo está entrando en una de las peores crisis de su historia, es que debemos intensificar nuestra campaña. Alternativa Socialista Internacional está decidida a hacerlo. Si estás de acuerdo con nosotros, ¡Únete a nosotros!